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Una apuesta por la desmaterialización del “yo” es lo que marca las piezas de No hay nada que huya. Joaquín Fabrellas busca una disolución de la identidad que se funde con el entorno natural dentro de un marco trascendente (“falta la coordinación de alma / y cuerpo y sangre que escapa sin nexos”). Ahí se reafirma la soledad, el aislamiento del resto de personas, pues “nadie comprendía a los árboles”. En efecto, esa posición del “yo” le lleva a apartarse de la sociedad. Sin embargo, percibe esa separación con dolor y tristeza, aunque la trascendencia puede conseguir una nueva vinculación con ella. Todo ello hace posible que se trate de una obra rica en paradojas sobre la existencia, la no existencia y la desaparición, pues ese anhelo de intangibilidad le lleva a proclamar que “ahora soy unidad con el humo”.

El escritor compone los poemas, que raramente superan la docena de versos, con un lenguaje preciso, que busca armarse de símbolos y de figuras recurrentes (cenizas, pájaros, árboles). En ocasiones, las palabras aparecen extraídas de sus oraciones, y se exponen como una sucesión de sintagmas que pretenden volcar un pensamiento discontinuo, construido con revelaciones de conciencia.

Sobresale, a pesar de todo, un poema de 40 versos, mucho más extenso de lo habitual, que contrasta igualmente en el tono aunque parte del mismo núcleo conceptual que el resto de textos del volumen. Ubicado en una sección propia y exclusiva, “Hicieron la casa con todo lo que sobraba de nosotros” recoge el afán de desintegración en la naturaleza y el canto ecológico con un espléndido trabajo con la intensidad del poema.

Afirmación de trascendencia, pues, más que búsqueda de revelación, a través de un lenguaje sintético, constituye, en definitiva, la columna vertebral del cuarto poemario de Joaquín Fabrellas.

Alberto García-Teresa

Fuente original: http://www.literaturas.info/Revista/2015/01/no-hay-nada-que-huya/