Cuarta entrega de la poeta jienense Yolanda Ortiz (Jaén, 1981).

Nos propone Tierra de malvas un arriesgado ejercicio lírico que combina la confesión personal íntima con el dietario sentimental de la pérdida amorosa, mientras se desviste emocionalmente para quedarse ante el espejo con una sentimentalidad herida, donde la poeta se cuestiona insistentemente por las señales que le fueron marcando el camino de la desposesión amorosa, mientras le confiesa al lector los indicios, tan claros en la pérdida, que celebraba el difícil camino de ascenso desde lo árido y desierto, en busca ahora, de una reconstrucción personal que va más allá del examen racional del dolor.

«Vienes a casa / para matar los animales / que ya no cuidaremos juntos // cuando no estoy / vienes / a casa», p. 25.

Difícil equilibrio que Ortiz domina con maestría enseñando tan solo aquello que importa para la historia, sin dejar que caigamos en un abismo insalvable de detalles, sutil, nos dice más por lo que calla que por lo explícito de un verso que tiende a la brevedad, la longitud del sollozo, la pérdida sin drama que surge de la introspección y de la meditación, el dolor como la cara oscura del amor, la pérdida que celebra la unión, el comienzo y lo compartido que se estructura en una magnífica secuencia de símbolos: la casa, el camino, las flores, los animales que un día florecían, ahora no son sino signos de su contrario, potentes imágenes basadas en una sinestesia sentimental, una iconografía tradicionalmente relacionada con la alegría y el júbilo que estructura la desesperanza y la incomprensión sin reproches de su potente verso cantado y atemporal en un libo que se convierte en alegato de la resistencia humana, casi animal herido en la desesperanza que estructura el grito salvaje de una sociedad que metaforiza las relaciones amorosas como material fungible, como batalla que no recoge heridos.

«Y si de repente me despierto / terriblemente páramo / perro solo sin las voces que me salvan / quédate / te pido», p. 33.

Versos que me recuerdan a la pérdida en Rosalía de Castro o a la enunciación del daño de Margerite Duras en su novela El dolor.

Estupendo colofón a una colección mítica y de culto, “Caja de formas” de Piedra Papel Libros, con los incansables Araceli Pulpillo y Juan Cruz al frente.

Joaquín Fabrellas