Es la madrugada del 15 de enero, y en Berlín el termómetro no supera los cero grados desde hace días. A pesar del frío y de lo avanzado de la noche, varios automóviles se detienen frente al número 53 de la calle Mannheimer. Los soldados que bajan de su interior entran en el edificio y sacan a rastras a dos hombres y una mujer. Los detenidos enseñan documentación falsa, pero un confidente los identifica como Karl Liebnecht, Wilham Pieck y Rosa Luxemburgo. El Gobierno, en manos del partido socialdemócrata, no se conformará con haber aplastado el levantamiento en el que los espartaquistas habían tenido un papel decisivo. En las semanas siguientes se llevarán a cabo cientos de detenciones y ejecuciones a manos del Estado. La contrarrevolución necesita sangre.
Los tres detenidos son conducidos al hotel Eden, donde les obligan a prestar declaración en medio de los golpes y las torturas que les infligen los soldados. El primero en salir es Karl Liebnecht, que es derribado a culatazos y obligado a subir a un coche. A pocos kilómetros de allí, será arrastrado fuera del automóvil y ejecutado de un tiro por la espalda. Rosa Luxemburgo será la siguiente. El coche que transporta a Liebnecht acaba de arrancar cuando la militante espartaquista es sacada por la fuerza del hotel. Delante de la puerta la espera Runge, el soldado que ha recibido la orden de ejecutarla. Golpe tras golpe, Runge destroza el cráneo de Luxemburgo con la culata de su fusil, pero ni siquiera eso consigue matarla. Cansado del espectáculo, el teniente Vogel le pega un tiro de gracia y ordena que se arroje su cuerpo al canal. El cadáver no será encontrado hasta varios meses más tarde, en mayo de ese mismo año.
Al día siguiente, el fallecimiento de Liebnecht y Luxemburgo aparecerá en toda la prensa, pero su muerte no era ninguna sorpresa. Desde el fracaso del levantamiento en noviembre, las calles de Berlín se habían llenado con carteles en los que se podía leer: “Si quieres tener pan, trabajo y paz, mata a Liebnecht y Rosa Luxemburgo”. Además, los propios dirigentes socialdemócratas no habían dudado en echar mano de voluntarios de extrema derecha –los Freikorps- para perseguir a las cabezas visibles del levantamiento. Sin embargo, Luxemburgo no se plantea abandonar el país. La última noche de su vida, con el cerco echado sobre el 53 de la calle Manheimer, la pasará escribiendo un último texto, “El orden reina en Berlín”. Consciente de que la situación es crítica, en el libelo aprovecha para hacer un alegato en favor de la revolución. Para ella, el fracaso del levantamiento de noviembre no es sino otra muestra de que la insurrección está destinada a triunfar: “La revolución es la única forma de guerra en la que la victoria final solo puede ser preparada a través de una serie de derrotas”. La insurrección debe continuar a pesar de todo. Su peor enemigo es la propia inacción de las masas, la parálisis de los que deberían llevarla a cabo: “hay una ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay que pararse, sumirse en la inacción, en la pasividad, después de haber dado un primer paso hacia delante. La mejor defensa es el ataque.”
De esta forma, con “El orden reina en Berlín” vuelve sobre lo que había sido un eje vertebrador de su pensamiento: el intento de superar la parálisis en la que caían las teorías socialistas cuando eran enfrentadas con la práctica. La propuesta de Luxemburgo parte de la necesidad de superar las discusiones teóricas acerca de si se daban o no las condiciones para que se produjese la revolución o sobre la forma en que esta debía llevarse a cabo. Lo importante es poner en marcha un movimiento que utilice la acción directa como estrategia política y que rechace la integración en las instituciones del sistema. No importa que los medios que se utilicen para ello sean legales o ilegales, porque para Rosa Luxemburgo esa distinción es solo una estrategia del poder para criminalizar a los movimientos populares. Tampoco es necesario esperar a que se den unas determinadas condiciones como que se cree una conciencia de clase o que los obreros se doten de unas estructuras organizativas propias. Para Luxemburgo, la conciencia de clase no es algo previo a la lucha, sino algo que surge en el transcurso de ella, y la distinción entre organización y espontaneidad carece de importancia: una y otra no son más que momentos diferentes de un mismo proceso revolucionario.
Esta necesidad de superar la parálisis en la que caen con frecuencia las ideologías socialistas cuando se ven enfrentadas a una movilización popular es sin duda uno de los aspectos más actuales del pensamiento de Rosa Luxemburgo. Su propuesta de un movimiento basado en la acción directa y en permanente construcción es hoy más vigente que nunca, cuando los partidos políticos y los sindicatos convencionales parecen incapaces de canalizar la protesta política y cuando son los movimientos asamblearios los encargados de generar alternativas. La necesidad de recurrir a experiencias pasadas para evitar la parálisis y la inacción en la que pueden caer estos movimientos hace que la revisión de textos como “El orden reina en Berlín” sea una tarea prioritaria. Con la reedición a muy bajo coste de textos clásicos de autores como Rosa Luxemburgo o Andreu Nin, la joven editorial de libros, libelos y fanzines Piedra Papel Libros aborda una tarea compleja y arriesgada, pero necesaria para replantear el estado actual de las cosas y generar alternativas. Al fin y al cabo, como en noviembre de 1919, los poderosos también se jactan ahora del orden impuesto en Berlín. Lo que no saben es que, como entonces, quizá también la insurrección aguarda su momento entre las sombras.
http://www.culturamas.es/blog/2013/11/07/el-orden-reina-en-berlin-de-rosa-luxemburgo/
—–
El orden reina en Berlín
Rosa Luxemburgo
Piedra Papel Libros, 2013
20 pp, 2 €